TEXTOS QUE ESCAPARON A LA QUEMA
Las inmarcesibles glorias de España — José María Pemán
Egipto en colores — Giovanni Papini
Torerías — Gerardo Diego
Pedrito y la luna sabihonda — Gloria Fuertes
La Cava, por quien se perdió España — Washington Irving
Paripés para el pueblo — Henrik Ibsen
La mar de césped —Rafael Alberti
Cazando focas — Jack London
Los vecinos que daban mucho la lata — Enrique Jardiel Poncela
La vaca y el tren — Anthony de Mello
El canto de los sinónimos — Lucio Anneo Séneca
Lejías del futuro — Ray Bradbury
La carta que llegó por la mañana temprano — Luigi Pirandello
Las molestas plagas de Egipto — Agustín Moreto
FLORILEGIO DE PEDANTERÍAS
Lo cómico: un intento (fallido) de definición
El tormento de firmar libros
La ludingüística
Cómo eludir bodrios
Noventayochismo, palabra fea donde las haya
Una pausa para publicidad
Las infames dedicatorias
¿a quién plagiaba Calderón?
Bibliofagia experimental
SUBGÉNEROS PEQUEÑITOS
Voy al pasado y vuelvo — Cuento
Un cuarto de hora con Juanita Pérez — Entrevista
Destino de cenizo — Lipograma
Laus britanicae — Cronología
Eurípides, Cacharet y Zumalacárregui — Anécdota
Retahíla de quejas — Carta al Director
Autoloa — Ovillejo
¡visite el polo! — Folleto
Libros regalados — Chiste
Jenófanes, el unista — Semblanza
El maestro que dormitaba al borde del camino — Parábola
Mundo insólito — Noticia
OBRAS SIMPLIFICADAS PARA QUE SE ENTIENDAN
El «Tenorio» a cachos — José
Zorrilla
La camisa de la felicidad — Lev Tolstói
El puente sobre el río que hay — Pierre Boulle
Don Quijote en un acróstico — Miguel de Cervantes
Eros en la verbena o El boticario indeciso — Ricardo de la Vega
La víctima del tópico — Las
mil y una noches
Me cargo al testigo de cargo — Agatha Christie
Rimas zurdas — Gustavo Adolfo Bécquer
Tercer (y afortunadamente último) poema de los dones — Jorge Luis
Borges
Drácula chupa — Bram Stoker
La
ciudad que nadie sabía cómo se llamaba — Alan Jay Lerner y
Frederick Loewe
Pero, bueno, ¿volamos hacia Moscú o no volamos? — Peter George